Yo sé que una de las cosas más estúpidas que soy y que tengo, es la costumbre miserable de recordar fechas, y no sólo de recordarlas, sino también de compararlas. Es decir, consiento completamente a quien me quiera intentar explicar que no tiene nada de bueno ni de inteligente, menos de sano, saber que a esta misma hora más o menos, hace exactamente 12 meses atrás, estábamos dándonos mucho amor probablemente en mi cama, después de que en la mañana del 5 de mayo, te hubiese escuchado disimuladamente llorar encerrado en mi baño por mi tosca y abrupta indiferencia, de la que al caer la tarde me arrepentí, para decidirme por fin, entrada la noche, a meterme de cuerpo entero entre las patas de los caballos tomada de tu mano hasta que decidieras soltarme. Como más inútil aun es reconsiderar que seis meses después, el mismo numerito en el calendario, y la misma hora de la madrugada significaron más besos y abrazos de una exquisita y mentirosa despedida, cuando a través de una de los peores hipocresías, decidiste alejarte. Ya es un año, ya son seis meses, y así está la cosa: Yo cuento las horas, los días, todo el tiempo que nos desmiente. Y tú cuentas sus lunares, los besos que te debe y todo lo que la quieres.
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