Imagino escenarios ficticios en los que decido confiar, inventar lenguajes, crear manifiestos con la piel. Estoy imaginando no más pero igual se me aprieta la guata. Me pregunto entonces por qué hay que abrirse, ceder a que alguien te acompañe. El riesgo al cariño es el que menos entiendo y al que más le tengo rencor. Estoy mirando todo desenfocado, lo sé. Pero de todos modos el riesgo por cariño es el que menos entiendo y al que más le tengo rencor. Quién me enseñó que me tengo que lanzar a lo que sea si la quietud la dirige el miedo. Esto no es miedo, o sí. Pienso que no quiero acercarme a quien quiera venir solo porque estoy viva y alguien se mueve en mi dirección. Estoy cómoda aquí, con las pocas personas de mi vida, nadie nuevx. Miradas que conozco, respuestas que puedo prevenir, seguridad de no tener que explicar, una fricción ya limada con tanta agua bajo el puente. ¿Mediocridad relacional? Hoy, mientras me lavaba las manos, pensaba en porqué no busco otras formas de cercanía con las personas y se me cayó el frasco del jabón: se rompió y quedó todo el líquido viscoso desparramado por el suelo. ¿Me importa esto que pienso? ¿O la caída no fue por un temblor de manos? No sé qué pensar de quedarme en lugares cariñosos que no me exigen: la amistad, la familia (tan cristianaaaa, por di0s). No sé qué maravillas de la vida puedo estarme perdiendo. ¿Inventar lenguajes? ¿Crear manifiestos con la piel? Eso no lo encontré en ninguna parte y las cosas que pensé que me perdía, ninguna me interesó; no las volvería a probar.

Pienso, mientras a ratos miro por la ventana las luces de los autos reflejadas en la humedad de la carretera, porque voy en una micro a ver a un amigo -nuevo, por cierto-, habiendo decidido mojarme un poco para que no esté solo.

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