Ahora le había dado con lo físico, como si lo estuviera aprendiendo todo de nuevo, me entiende, como si por un efecto extremadamente retardado, recién le hubiesen repercutido en su cabecita las cosas del colegio. Entonces yo la miraba, y miraba cómo veía las cosas ella, cómo las tocaba. Ahora le había dado por no entender los límites, decía, Los límites. Que su dedito no pudiera entrar en los vacíos invisibles de esa superficie para revolver las moléculas y abrir quizá qué mundos paralelos, que su cabeza no traspasara esa pared por más que intentara empatizar energéticamente con las vibraciones del estuco, cosas como esas, me entiende. Después me miró y pensó algo de los colores, me lo dijo. Y miraba con tanta pena cuando hablaba de los colores; era su máxima desilusión. Ya no soporto más mentiras, me decía, ya no soporto más mentiras. Entonces me volvió a mirar y miró después un refrigerador CCU y otro Coca-Cola con muchas botellitas, y justo tenían tantos colores las botellas, que pensó aún más en la mentira, y en que parecía como si le hubiesen querido hacer una broma con tantas botellitas de colores juntas justo ahora, y ay, pobre, entonces se miró y sé que pensó que qué pasaba con nosotros, que si también nosotros somos como los colores, que si también los demás ven de nosotros justo lo que no tenemos, y así. Yo la miré no más, me metí bajo sus párpados y me sentí un perro mojado junto a ella también mojada resguardándonos de esa lluvia de afuera hecha de tantas cosas. Yo la miré no más y bien mojado como ella, me volví cómplice y compañero del dolor de nombrar y ser nombrado. Yo la miré y la veía ponerse más triste aún, y todas sus heridas se las lamía yo con el silencio; la miraba y le decía sí, sí, qué triste ser un color, la miraba y le decía también sí, sí, y más triste todavía el que sólo esto mismo sea lo que nos alivie un poco. muy malditamente, claro.
Lo inexorable, di gá mos lo, lo ajeno a lo humano.
Lo inexorable, di gá mos lo, lo ajeno a lo humano.
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