Eres tan lindo, te escondes en un denso bosque, profundo, enfermo de ramas toscas y hojas hermosamente frescas. Intuyo vida terrible en cada venita de esas hojas que veo más como dedos de ramas que, a su vez, veo más como extensión de tus brazos. Eres tan lindo, juego inventando tu mirada y tu respiración como quien juega a contar las estrellas. Eres verdaderamente lindo, todas las finitas hebras de tu ser son amargas, densas, brillantes, sangrantes, poderosas. Yo no tengo ningún problema con cerrar los ojos y dejarme caer por los torrentes de tu vida oscura, no le tengo miedo a tanta sustancia peligrosa, poderosa, portentosa que pudiera hallarse en el jardín de tus entrañas, ¡qué honor sería entretener a mis demonios en este, tuyo, templo de quimeras! Eres tan lindo, pensarte hace surgir en el aire criaturas de todo tipo que avivan la esperanza de la veracidad de antiguos cuentos y leyendas. Eres tan lindo, que este deseo de conocerte que patalea dentro siempre termina por detenerse, agachar la cabeza, y con una mano en el corazón, pedirle perdón a la libertad. Eres tan lindo, que querer conocerte se confunde con querer tocarte, tenerte, y no entiendo bien los deseos ocultos que guarda todo ello; conocer me sabe a conquistar. Eres tan lindo, que no sé cómo entrar en el bosque sin pisarlo como se pisa la tierra conquistada. Eres tan tan lindo, que me quedo lejos sintiéndote respirar, como a veces me llega el sonido del mar también desde muy allá, tan lindo que me quedo nada más caminando por el mismo suelo y brindando por la misma vida, confiando en que, efectivamente, se trata del mismo suelo y de la misma vida y en que eso ya es una especie de victoria y compañía, porque implicaría viajar por el mismo aire -que quizá besa tu nariz.
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