[Agosto o septiembre 2019]

No niego que me encantaría elegir un día para caer. Decidir un momento para soltar los escudos, los autocuidados, los razonamientos y volver a decirnos Te quiero. No niego que me encantaría algún día quitarle el peso a mi boca para que mis labios suelten por fin su sonrisa que quiere volar en el sonido de tu risa, el aire que mueves tú, que eres aire. No niego que todavía mi piel reconoce tu geografía y orgullosa volvería a jugar con exquisita pericia en sus relieves. No niego que me cansa el estar en mí, quieta, sin soltar mi sangre, mis respiraciones, mis células para que vayan a donde el flujo les pida ir. No niego que el detenerme es lisa y llanamente por el conocimiento del irrevocable destino de este afluente mío: tu cuerpo. No niego que caer sería un placer. No niego que me encanta saber, que es agradable saber, que no me miente esta certeza de que debajo de la piel todo sigue igual, un imán, una fuerza que nos llama porque fuimos anteriores al lenguaje y en la piel del otre está nuestro sitio. No niego que me produce un dulce deleite confiar en que he de caber aún en tu cuerpo, que tú has de caber aún en el mío. Que es cosa de caer. Sólo caer. Me encanta saber. Que es sólo cosa de caer. Que sería tan fácil, no lo niego, me encanta. Que con un simple roce, al mundo podría volver a lloverle sinceridad, no lo niego, me abrasa. No niego que me reenamora la idea. Que quiero hacerlo. No lo niego. Que no lo haré. Menos lo niego. Que ya no lo hice. No lo negaré. Aunque adore este ridículo motín de certezas, mi extraño consuelo.

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