Yo sé que hace rato la libertad cuesta cara, yo sé que hace rato a la libertad le pusieron precio, pero nunca pensé que llegaría a ver cómo descaradamente y descarnadamente, de verdad la libertad cuesta un ojo de la cara. Sin retórica popular. Un ojo de la cara. Me da rabia. A la libertad le pusieron precio. Igual que al agua. Antes que al agua incluso. Pero no se sabía. Acaban de decírnoslo. Acaban de enseñárnoslo, cuando los verdugos y las verdugas salieron a la calle a cobrarnos. La libertad cuesta un ojo de la cara, acaban de advertirnos. Si no quiero tener que pagar eso, ¿soy cobarde? ¿no soy digna de la libertad? Y si no pienso pagarla, ¿cómo la tomo, cómo la okupo, cómo la rekupero?
Si hay una cosa de la que estoy cabreá es de las contradicciones. Que me tomen entera, que no seamos otra cosa, que sean ellas las que nos dan forma y nos sostienen, como el cielo y la tierra, como la cabeza y los pies, como la paradoja del músculo y el hueso, de la vida y la muerte, de la vida y el trabajo, del amor y el trabajo, del amor y la rabia. Para mí, la contradicción es lo único que nos da humanidad. Porque el árbol, por ejemplo, no parece contradecirse cuando incluso tan aferrado a la tierra, con su copa casi toca el cielo. ¿Por qué siento que las contradicciones me amarran? ¿Por qué siento que las contradicciones nos trizan? ¿Cuándo dejé de aprender de los árboles y las montañas? ¿De los ríos y los animales? Recuerdo que el agua no se contradecía estando en la nube y en el estero a la vez, ni cielo ni tierra le juzgaban. Algo se enfría cuando la contradicción se pronuncia. La contradicción nos separa. Un viejo sabio de esos que se sientan a puro ver la vida pasar, hablaba de abrazar la contradicción. Ahora entiendo: hay que tenerla tierna, caliente, contenida, para que no nos quiebre, no nos separe, no nos parta en dos.
Me duele. Tengo una espina en el pecho. Es la propia gente. Entiendo muy bien a quienes no entienden. Pero no sé qué hacer para que me entiendan. Nunca vi de manera tan clara que la violencia es patriarcal. El presidente se excusa de sus excesos diciendo que la violencia del pueblo lo lleva a actuar así, tal cual el pololo que culpa a su pareja y los celos que ella le provoca, de que él le grite y la golpee. El presidente cree que una organización extranjera y comunista nos influencia y patrocina, igual que el imbécil cree que su polola está aprendiendo lo que vale no por ella misma, si no por cosas en la cabeza que le meten a ella. Sí, la represión es patriarcal. Y toda la destrucción desmesurada que ahora reina en la calles también lo es. ¿Ahora les molesta el patriarcado? Todo funciona desde hace mucho tiempo con la misma lógica. Lo siento, es el lenguaje que nos enseñaron. Estamos intentando erradicarlo pero no nos faltan los obstáculos, ustedes, por ejemplo.
Todo esto, sorda eyaculación masiva de la rabia. Vaciarse. ¿Quién va a buscar otra manera de expresarse, de descargarse, si el modelo repetido es vaciarse en un contenedor inerte y ya? Modelo repetitivo desde el sexo hasta la educación. Y tenemos tanto que vaciar, porque nos hemos llenado de tantas cosas. No nos importan la pena, la rabia y el placer amorosos, no los conocemos. ¿Cómo le explico a la gente que le están pidiendo peras al olmo, cuando piden que cuidemos, que nos manifestemos con respeto, si el respeto no lo conocemos? La mar no tiene naranjas, señoras y señores. Hemos visto la violación de la tierra, de las mujeres, de los derechos humanos. Si nos han enseñado que nada se respeta, ni siquiera la vida, ¿cómo vamos respetar un pedazo de metal y cemento? ¿Si hemos visto colgando sin vida a compañeros y compañeras en la calles, si hemos sabido de cuerpos vivos quemándose, qué nos pueden importar basureros y señaléticas en el suelo, plasmas y neumáticos ardiendo? ¿Cómo les explico que hay una rabia que estalló y que no es solo de nosotras, seres de ahora? ¿Cómo hacer entender que esta es rabia mestiza? Que al menos una gota de la sangre que le está corriendo por todo el cuerpo a esa persona que acaba de destruir una estatua o un banco, es sangre indígena, y que solo esa ínfima gota ha bastado para que la rabia por dentro se encienda como mecha y salga disparando chispas a quemar todos los edificios, todas las iglesias, todo el cemento que impusieron tapando el paraíso de nuestra tierra.
Pero entiendo a la persona que odia al y la estudiante culpable de que su patio huela a lacrimógena, entiendo a quien odia a él y la lumpen porque le quita la plata haciendo que el comercio decaiga o hasta destruyéndolo directamente. Entiendo porque soy hija de uno de ellos. Aquí yo veo muerte. Pura muerte. Y digo muerte porque hay vida. Sé que la muerte es parte de la vida. Y lo digo sintiendo que se me arruga la guata y el pecho por todas las, les y los que han caído, no estoy subestimando la injusticia que los calló, discúlpenme si les ofende, no hablo de esa muerte, pero ojalá se muriera todo. Sobre todo el miedo. A los pacos. A la muerte. A las contradicciones. A la vida. A nosotras mismas, a nosotros mismos, a la rabia, al dolor. A lo bestia que somos. A lo frágiles que somos. A lo bello que somos y podemos ser. Siento que no hay mucho para resistirse, para intentar entender, solo hay que aguantar. Aguantar hasta que pase. Pero no quiero que pase. No quiero que pase hasta que no haya nada que aguantar. Porque nos hartamos de aguantar. Siento que solo queda correr correr correr atravesar veloz la muerte la miseria la destrucción la contradicción, atravesarlo todo, destruirlo todo hasta que sinceramente no quede nada. Me da pena y me da miedo. Aunque Zurita dice Ni pena ni miedo. Mierda, cagué entonces. Perdón, Zurita, yo no puedo. Solo quería decir, que ya no se puede retroceder. Menos detenerse. Está todo tan seco, todo tan envenenado que ni siquiera sé bien lo que se puede rescatar. Solo la vida. Lo que respira, lo que late. La tierra, las piedras. La cordillera, el mar, nuestros corazones. Todos los corazones del mar, el cielo y la tierra. Todos los corazones que no tienen de corazón una bomba lacrimógena.
Y es que al final, ¿qué les importa que lo quememos todo? Esto es solo reutilización y resignificación de su propia táctica. Nos enseñaron que para construir hay que quemar, hay que destruir y edificar justamente ahí mismo, encima. Pues bien: vamos a quemarlo todo. Cual empresa inmobiliaria, cual empresa de monocultivo. Vamos a quemarlo todo y destruirlo todo para que solo nos quede construir. Construir una nueva vida desde la autodeterminación de todos los cuerpos y todos los pueblos.
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