A veces, por la vergüenza tonta que me dan mis privilegios, siento que haber nacido con vagina y ser asignada como mujer es lo menos terrible de vivir dentro de este sistema lleno de opresiones capacitistas, racistas, cis-sexistas, clasistas, etc. Aquí todavía recibo beneficios y ya no me atrevo tanto a lloriquear penas.

Pero ayer en el bus otra vez sentí miedo porque el del asiento de la ventana era hombre. Esperé a que él se durmiera primero pero fue difícil. Tuve que confiar no más en que no iba a tocarme mientras yo dormía, porque ya era mucho el sueño y necesitaba descansar. Cerré los ojos y me acomodé bien al borde. No me pude acurrucar en mí, estaba tiesa de impotencia y rabia. La imagen asquerosa de esos seis hombres no lograba sacármela de encima y me sentí sola reprimiéndome el llanto.

Eso de "tocan a una, nos tocan a todas" no me gusta porque me parece que el "todas" miente. Al final igual faltan las y les trans, las y les migrantes, las y les lesbianas, las y les racializadas, las y les presas, las y les trabajadoras sexuales... las y les que no son como yo o como nosotras (lo que sea nosotras).

Pero mi cuerpo hace días está temblando como si lo hubieran tocado aunque nadie lo tocó. Me siento una cosa desmoronable en cualquier momento y tengo que hacerme un poco la tonta para sostenerme. Pero nadie me hizo nada en el bus ni en el viaje. 

Y menos mal que esto lo escribí desde el teléfono; sino, habrían goterones de desolación en el papel o en el teclado.

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