Era un pedacito pequeñito de tierra en altura, alfombrada de hierbas muy verdes. La rodeaban arbustos de colores vivísimos. Realmente se trataba de un pedacito muy pequeño, porque todo lo demás eran rocas y cataratas. Se percibía un ambiente muy fresco que no helaba y aunque generalmente había sombra por las mariposas que revoloteaban en el cielo, el sol sabía entrar por los recovecos para teñir de dorado algunas líneas del aire, volviendo la imagen aún más de ensueño. No recuerdo si llegaba subida en una de ellas o solo me sentaba sobre la hierba a verlas volar. Pero, sea como sea, aunque el lugar era hermoso, el verdadero atractivo siempre fueron las mariposas.
Me encantaba observarlas. Todas lucían colores oscuros, bellas mezclas de azules, morados y burdeos que desprendían suaves destellos a la luz del sol. Se sentía muy rico tocarlas porque su textura era algo aterciopelada. Ellas me querían mucho, volaban contentas cuando yo andaba por ahí. Las recuerdo enormes, sólo sus abdómenes alcanzaban el tamaño de dos personas juntas y sus alas eran muy fuertes, tan fuertes, que yo me recostaba sobre éstas para mirar el cielo. Pero lo que más me gustaba hacer era montarme encima de su abdomen porque me hacía sentir que las galopaba, aunque no tuviera sentido ni fuera cierto. Las mariposas me llevaban a pasear atravesando la cascada y dejábamos que nos cayera toda el agua encima.
Cuando no me gustaba un lugar, acercarme a una ventana e imaginarme esa cascada con las mariposas me daba el brío necesario. Abstraerme en la ilusión de respirar aire con gotitas sutile mientras observaba el vuelo de las mariposas y escuchaba el agua caer, era todo lo que precisaba para continuar en el colegio, las reuniones familiares o lo que fuera. Cuando recuerdo que conocí criaturas así, me da mucha pena todo lo que pasó después, sólo por compartir ese espacio y por haberme vuelto loca de pena y despecho. Agradezco mucho que algunas sobrevivieran y que varias veces me vinieran a ver incluso después de lo que les hice.
Yo confío en que ese rinconcito reverdeció; está sano, limpio y bello, pero ya no me atrevo a volver. Es como si los filamentos de mi imaginación estuvieran flojos o eso temiera yo. No creo en la fuerza y terquedad necesarias para volver a sostenerme sobre esas mariposas nuevamente. Pura pusilanimidad. No sé qué sería ahora de ese lugar si nunca hubiera invitado a nadie. Quizá todavía sería mi refugio, pero probablemente lo hubiese disfrutado mucho menos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario