Quiero tanto ser suficiente. Es la primera frase que aparece por entre mis dientes si verbalizo mi queja. Pero la oigo y me molesta lo vacío de su formulación. La suficiencia es un juicio que emite alguien. Y yo quiero ser suficiente, sí, pero para quién. Para mí, solo soy suficiente sí soy suficiente para el resto. No puedo descansar satisfecha de mi trabajo si no recibo una felicitación del resto y yo creo que nunca he recibido felicitaciones siendo profesora.

Quise intentar algo diferente este año y me animé a proyectos, tomé decisiones. Pero no estoy siendo diferente, sigo igual de asustada, igual de perdida y de vacilante. Tengo ganas de que me vean y tengo ganas de hacerme ver, pero siento que no hay nada bueno que mirar y eso me da pena porque sé que es poco justo conmigo. Estas ganas de estar escondida me dan vergüenza y no me dejan siquiera sonreírle coqueta a la persona que más me llama la atención en el trabajo donde menos orgullo siento de mí.

Necesito sentirme suficiente para que mi cuerpo recupere  su libertad, pero me aterra que la llave de esa puerta es el imposible y falso sentimiento de excelencia que no sé dónde buscar para que sea definitivo y permanente.




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