No es justo.
Debí haber escuchado a calderón, no sólo leerlo. Ahora quiero que me hable mucho, quiero pasar rinconcitos de noches enteras con él para que el aire de su voz sople esta pena y así arda menos.
No es justo, no fue inteligente, no es justo, toda la vida arrastrando como lágrimas por mi mejillas las dudas sobre la vida, sobre la muerte, sobre dios, los vidrios de siempre, los juegos de nintendo entre dios y el diablo, las miradas subrepticias, el temblor de la vista, los ojos invisibles, las puertas escurridizas, tantas cajitas dentro de otra y otra y otra y más y todas tiemblan y ay.
No fue justo. No fue inteligente. Qué torpeza meterme en la más chiquitita que las contiene todas, qué osadía la de entrar a la fiesta. Quiero salir, me duele, qué voy a entender la vida si no entiendo el teatro. No, al revés, por eso no justo, por eso no inteligente, por eso torpe torpe torpe. Los cristales se multiplican y trasladan a todas las cajitas, todos los espacios, otra vez los niños juegan con las niñas y viceversa y yo miro. Esta cobardía es matarse lentamente. Si la convierto en otro cosa será vivir de otra forma, quizá.
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