No sé cómo cuidarme de ti. Y sin embargo, estoy tan cansada. De tener que cuidarme. De ti. No sé de qué cosa de ti me tengo que cuidar. Y no sé dé que hablo cuando hablo de ti. Devuélveme todos los pedacitos míos que se quedaron contigo, por favor. Los necesito conmigo para irme del todo. A veces me siento entera, creo estar entera y es ahí cuando te miro de frente, no me escondo y quedo rota afirmándome todas las partes para que no se note. No puedo engañar a nadie. No me quiero engañar a mí. Te amo todavía, te quiero todavía, te pido todavía. No sé cuál es el verbo, pero todavía estás en mí y todavía no me recupero del todo, todavía sigo allá. Todavía el alma se me escapa. Todavía quiero regalarte todo casi como Shakira. En serio. Qué estupidez. Pero es cierto, me duele muchísimo tener sólo conmigo mi diario, mi cintura, mi sonrisa. Que mi nariz se quede aquí conmigo, que mis palabras se midan. La hipocresía de fingir desinterés, desamor. Calma. Si todavía te quiero regalar lo que sea. Si todavía, todo lo que tengo para dar, te lo quiero dar a ti. Si todavía, todo lo que necesitas y pides, quiero dártelo y poder dártelo. Si cuando estás cerca me tiembla el corazón, me llora la piel, me crujen los huesos, porque no entiendo dónde mierda está la sinceridad del respiro que me obliga a veces la vida a compartir contigo: si en el dolor que no quiere quedarse o en el amor que se quiere ir. Pues sí, andan cada uno por separado porque nunca más los gemimos juntes. Y esa disociación no termina de rajarme una vez al mes, cada vez que mi sangre o la luna me lo piden. Ya no puedes dolerme en un cuerpo abierto y contento. Y yo quiero ser sincera. ¿Entonces qué hago? Por favor, dime quién eres ahora. De qué me tengo que cuidar si se trata de ti. De ti y tus movimientos extraños. De ti y esto que no sé qué es. A parte de peligroso, claro.
Háblame, por favor, dime algo. Te invoco. Te llamo.
Háblame, por favor, dime algo. Te invoco. Te llamo.
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