Desdeñosa

Este cuerpo. Ha soportado tanto. Ha recibido tanto. Quiero inventarle un nombre a este pueblito que es mi cuerpo. Siempre dije que aquí en mi piel las cosas funcionaban como en Comala. No me acuerdo cómo termina ese libro. Pero yo quiero expulsar todos estos fantasmas. No sé cómo hacerlo. Hacerlo sería matarme, destruir mi cuerpo, borrar todo límite entre hueso, vena, músculo, garganta, labios, útero, piel. No sé qué estoy escribiendo. Menos sé por qué aquí y no en mi diario. Mentira, lo último sí lo sé un poquito más. Una vez más, voy por un camino oscuro, sabiendo que nada más es un momento del viaje con bosques muy densos. Pero en este camino turbio odio todas las O. Y si digo Odio sin lo que odio, queda Di. Y porque di, odio. No. No quiero sentir culpa, vergüenza o pena de decir: Detesto a todos los hombres (cis). Todos me merecen un poco de compasión para poder amarlos. ¿Por qué cada vez que miro mi cuerpo es un ojo masculino el que me ve? ¿Por qué cada vez que mi piel contra mi piel se roza, es una mano masculina la que me toca? Todavía. Miro para atrás y no entiendo cómo a tanta estupidez, a tanta miseria, no le puse nombre. Quiero irme de todos los que me dejaron con ellos o de todos con los que me quedé. Quiero que nadie me toque. Quiero que salgan de mí. Tengo asco de todos. Tengo vergüenza de lo que amé. Amaría profusamente que todos pudieran comprender el poco respeto y la repulsión que me producen todas sus acciones y todos mis recuerdos sobre ellos. Amaría contar con que pudieran sentir por un momento cómo repudio y compadezco la masculinidad suya que me tocó. Lo único que me mantiene quieta y aquí, es la certeza de que ninguno entendería. Y yo a nadie le voy a explicar. A nadie le vale la pena. Nadie vale la pena. Con nadie vale.

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