Me acuerdo de que en enero, cuando recién había salido el disco de Bad Bunny, me sentía inmune a la nostalgia. Cantaba las canciones tristes muy arrogantemente en mi trono de las antípodas. Ahora que es diciembre, soy tan ridículamente vulnerable como cualquiera. Qué poquito dura ese momento de altura en el columpio cuando se juega.

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