Veo mi cuerpo, miro mi cuerpo en el espejo y es tan bello, que me dan ganas de regalártelo. Lo miro, me encantan sus sombras, sus ángulos, sus formas, que me dan ganas de regalártelo. ¿Por qué ya no lo tocas, no lo tomas? Veo mis ojos, los veo tan húmedos, redondos y temblorosos como luz de luna en el mar, que me dan ganas de regalártelos. Los miro tan blandos, tan claros, tan directos, que me dan ganas de regalártelos. ¿Por qué ya no los miras, no los besas? Miro mi boca rosada, tan hinchada, tan botón de rosa, que me dan ganas de regalártela. La miro tan dulce, tan tierna fruta madura, que me dan ganas de regalártela. ¿Por qué ya no la muerdes, no la dibujas?
Si supiéramos que ambes entendemos que nada de este mundo es nuestro, ni siquiera el aire, los miedos, el cuerpo, no me importaría decirme tuya saberme tuya ser tuya siempre o alguna vez. A decir verdad, encantada te daría uno o todos los pedacitos de mí para continuar la ilusión que secretamente, y a modo de una íntima complicidad, tan sólo una mirada nuestra llena de amor podría quemar. Descansaríamos tranquiles entregándonos enteres, teniéndonos por completo, sabiendo que no nos perteneceremos jamás, como ni siquiera nos pertenece la vida. Y a cualquier intento de crecer la maleza posesiva, bastaría nuestra mirada loca y amante para quemarla una vez más, hasta siempre.
Era así de sencillo. ¿Por qué no quisiste?
¿Qué otro miedo más? ¿Qué otra cobardía?
Era así de sencillo. ¿Por qué no quisiste?
¿Qué otro miedo más? ¿Qué otra cobardía?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario